VOL2. CONDICIONES MÍNIMAS PARA TENER DERECHO A SER VOTADO

Resulta irritante el hecho de estar obligados a soportar una y otra vez a ciertos individuos que, por falta de criterio de los mencionados más arriba, son elegidos para que manejen nuestros destinos. Me refiero a aquellos elementos que aparecen en demasiadas ocasiones con la pretensión de organizar nuestra forma de vida y de gestionar los recursos económicos que aportamos todos, sin estar en posesión de la profesionalidad y de las condiciones éticas y morales que garanticen una buena gestión. Un político electo, a cualquier nivel, debería convertirse en un funcionario dedicado exclusivamente a hacer cumplir las normas establecidas y gestionar los fondos públicos que «el pueblo soberano» pone a su disposición, para optimizar el bienestar de todos, sin embargo, una vez elegidos, con demasiada frecuencia se convierten en saqueadores compulsivos, utilizando lo que es de todos en su propio beneficio.                                                                                                                                             Expertos en robar descaradamente lo que, con un beneplácito lenguaje, en consonancia con el estatus social de los individuos que se dedican a esta modalidad de pillaje se ha dado en llamar «desvío de caudales públicos» y en hacer ostentación de una vida regalada, esta panda de maleducados aparecen por el hemiciclo, preñados de soberbia, vociferando, denostando, insultando y lanzando anatemas contra cualquiera que tenga la osadía de oponerse a sus designios. La parte fundamental de su gestión está destinada a remover los culos de la bancada de enfrente, en lugar de preocuparse por resolver los asuntos que conciernen a los ciudadanos que, a través de sus aportaciones, les están pagando un generoso salario. El resto del tiempo, y una vez dotados de la correspondiente inmunidad parlamentaria, es utilizado para saquear a los que les han votado, y también a los que no les han votado, con la seguridad de que no serán castigados por ello, obligando a las víctimas, no solamente a cargar con las consecuencias de sus erráticas decisiones y a que les roben, sino a soportar a este tipo de individuos hasta la desesperación.                                                                                                                                                                                                                                                  Es necesario privarles de la inmunidad que ellos mismos se conceden a través de los aforos correspondientes y, una vez comprobados meticulosamente sus valores éticos y morales, exigirles la acreditación profesional específica para ejercitar con eficacia los diferentes cargos de responsabilidad. Piden los votos de rodillas para, una vez conseguida la poltrona y puesto a punto su «modus operandi», obligarnos a sufrir en nuestras propias carnes las consecuencias de su poca vergüenza, de su falta de ética y de los desastres derivados de una gestión para la que, con demasiada frecuencia, no están cualificados.    Más en la 6ª Edición 2.0  de ¿Por qué somos tan imbéciles? Amazon.es               

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